Desde la llegada fue todo un despropósito: es más fácil salir de IKEA que encontrar la recepción, la piscina no solo es para los clientes del hotel, sino que es la única de la zona y, pagando la correspondiente entrada, allí meten a tantos como quepan (da igual si hay que estar codo con codo con el de al lado); a las siete de la mañana te despierta el atronador sonido de los albañiles arreglando las casas del complejo (da igual dónde te alojes, en todas las calles hay obras); cuando consigues encontrar la recepción te informan de que no tienen absolutamente nada de servicio de restauración (ni un triste café sin desplazarte en coche) aunque -eso sí- te descuentan del importe que te cobran nada más llegar el precio de los desayunos; en fin, podría escribir más pero prefiero no recrearme en los recuerdos. Ah, cuando nos quejamos del ruido, nos ofrecieron una noche gratis próximamente (si tan buena disposición tienen, deberían no habernos cobrado una de las que ya habíamos pasado allí)… no volveremos